El debate sobre la legalización del cultivo, posesión, compra y consumo del cannabis vuelve a la actualidad tras el rechazo a la misma en California, pero no siempre con argumentos basados en la veracidad y la constatación clínica de sus perjuicios y/o beneficios.
El electorado de la vanguardista California ha rechazado -57% frente a 43%- una propuesta que pretendía equiparar la marihuana (o cannabis) al alcohol y al tabaco en lo que se refiere a cultivo, posesión, compra y consumo. Desde hace 14 años, su uso medicinal estaba autorizado y ahora se pretendía permitir la posesión individual de 3 gramos y el cultivo de una superficie menor de 3 metros cuadrados. La aprobación hubiera supuesto la recaudación de millones de dólares para las maltrechas arcas de la administración californiana al instaurarse impuestos sobre su producción y comercialización. Quedaban en segundo plano los razonamientos basados en la defensa de la libertad individual y el intento de atajar la delincuencia generada por el tráfico ilegal que azota, fundamentalmente, a su vecino del sur.
El rechazo ha contribuido a avivar el debate sobre la legalización del cannabis. Un debate que también se activó al comparecer ante la Comisión de Instituciones, Justicia e Interior del Parlamento Vasco representantes de la Federación de Asociaciones Cannábicas solicitando propuestas políticas dirigidas a acabar con la inseguridad jurídica que afecta a quienes cultivan y consumen la planta. La comparecencia se convirtió en noticia y los periódicos del Grupo Noticias y otros medios ofrecieron entrevistas y reportajes. En ellos, además de los argumentos legales y los que tienen en cuenta la libertad individual, los grupos a favor de la liberalización mantenían que la marihuana tiene escasos efectos perjudiciales en la salud y que posee cuantiosos efectos terapéuticos.
La mayor parte de las personas usuarias del cannabis y sus derivados no desarrollarán dependencia ni problemas mentales graves. Pero el consumo iniciado en la adolescencia -cuando el cerebro es neurológicamente muy vulnerable-, durante el embarazo, o en personas con propensión a enfermedades mentales puede afectar gravemente a la salud. Ya nadie pone en duda que el uso prolongado de la droga produce déficits en la atención, en la integración de información compleja y en la memoria a corto y largo plazo que conllevan una disminución de la capacidad de aprendizaje. Pero, aunque la relación de causalidad aún no se ha establecido, también está documentado que existe una asociación entre la utilización continuada de marihuana y el desarrollo de procesos psicóticos. Fumando porros durante largos periodos, la posibilidad de padecer esquizofrenia se dobla, puede comenzar hasta siete años antes de lo que lo haría en ausencia del tóxico y su pronóstico empeora. Si, como parece, sólo ocurre en personas predispuestas está por determinar, sin embargo, que alguien que jamás hubiera manifestado la enfermedad padezca una esquizofrenia -destapada por el consumo de cannabis- es un hecho que no debe desdeñarse. Además, fumar no es sano. Como en el caso del tabaco, el humo del cannabis contiene sustancias que probablemente condicionen la aparición de enfermedades pulmonares y cánceres.
De forma similar a lo que ocurre en el campo de los peligros relacionados con el consumo, en el de las aplicaciones medicinales la literatura científica muestra falta de consenso. En pocas semanas se comercializará en el Estado español el Sativex, un medicamento en cuya composición entran dos principios activos extraídos de la planta Cannabis Sativa. Su indicación es clara: el tratamiento sintomático de la espasticidad, que no cede al tratamiento convencional, en la esclerosis múltiple. Las demás indicaciones que se han propuesto para la marihuana: el dolor oncológico y el neuropático, las náuseas y vómitos secundarios a los fármacos quimioterápicos y la pérdida de apetito del sida y las enfermedades oncológicas, deberán esperar a que los ensayos clínicos muestren que su eficacia y seguridad son mayores que las que aportan los remedios de la medicina oficial.
Desde la perspectiva de los grupos pro-legalización, que el cannabis presente baja toxicidad y mejore la calidad de vida, al aliviar los síntomas de muchas enfermedades, legitima su utilización recreativa. La mayoría de los efectos tóxicos se convierten en invisibles y las referencias a los trastornos mentales que produce la droga resultan anecdóticas, admitiendo, casi exclusivamente, su efecto en la merma de la memoria. En el aspecto terapéutico, tratan de mostrar a la marihuana como la panacea que posee unos poderes curativos infinitos y no desaprovechan ninguna oportunidad para equipararla al remedio universal que buscaba la alquimia. Ahora bien, sus razonamientos médicos están basados en estudios antiguos ya superados y en conjeturas basadas en testimonios. Si su objetivo es que la comunidad científica abrace sus teorías, el camino es sencillo. Muchas de las categóricas afirmaciones acerca de los beneficios del cannabis -por ejemplo, que la aplicación cutánea es capaz de resolver dolores neuropáticos- no han sido aún publicadas. El consejo editorial de cualquier revista médica anhelaría divulgar un avance científico de tal magnitud.
Tratando de reforzar los testimonios a favor de la liberalización, afirman que cada vez más profesionales de la medicina remiten pacientes a sus asociaciones. Aunque no dudo de la veracidad de tal afirmación supongo que el número de solicitudes no será muy elevado, pero si fueran muchas -con lo relativo que es el término- estaríamos en un escenario similar al de la homeopatía: que existan profesionales de la medicina que recomienden tomar bolitas de sacarosa sin ningún principio activo no las legitima con fármacos. Del mismo modo, que una persona que sufre un proceso oncológico recurra al cannabis no le da carácter de medicamento. Mientras no se demuestren sus beneficios clínicos, estaremos en una mezcla de efecto placebo y consumo recreativo.
Si el Sativex, u otro producto comercial, acaba demostrando su utilidad en el tratamiento del dolor, los médicos y médicas que lo prescriban sabrán qué principios activos están utilizando, su dosis, sus efectos secundarios, su biodisponibilidad, su vida media, algo muy distante de lo que se puede conocer cuando se fuman, comen o beben preparados de la planta. Para algún representante de los grupos que piden la despenalización, la comercialización del citado medicamento es “vergonzante”, y erigiéndose en el Defensor de Pacientes utiliza una retórica cargada de tecnicismos sin base científica para criticar su comercialización. El colmo del dislate llega al acusar a la administración sanitaria y, por ende, al personal sanitario de “alargar deliberadamente el sufrimiento de personas… someterlas a tratamientos poco eficaces, obligándolas a perder calidad de vida”, todo un ejemplo de respeto, argumentación basada en pruebas y no instrumentalización de la enfermedad y las personas que la padecen.
Soy partidario de que se regule -legalice, despenalice- el consumo recreativo de la marihuana y sus derivados, siempre acompañado de programas preventivos serios que, mediante procesos educativos, traten de evitar el acceso de las personas jóvenes a la droga, que informen abiertamente de los conocimientos científicos actuales sobre la posibilidad de efectos graves y que separen claramente en el debate el consumo lúdico del consumo terapéutico, excluyendo de este a lobbies, con intereses diferentes a los sanitarios, que acaban por pervertirlo. Apelando a la libertad individual, que cada persona mayor de edad decida si desea consumir o no, pero que lo haga después de haber sido informada verazmente de los beneficios y riesgos a los que se somete y somete a los demás.
Fuente:deia