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Drogas y dogma

ByKayaBCN

Dec 24, 2010

El objetivo fundamental de la prohibición es lograr la abstinencia frente a determinadas sustancias psicoactivas y así crear una sociedad libre de drogas. Ello implica, en consecuencia, eliminar el cultivo, la producción, el procesamiento, el tráfico, la distribución, la comercialización, la financiación, la venta y el uso de un conjunto específico de sustancias psicoactivas declaradas ilegales.

La llamada “guerra contra las drogas” que subyace y sustenta la visión prohibicionista de Estados Unidos ha enfatizado, en particular, el combate a los centros de oferta (cultivo, procesamiento, tráfico) de narcóticos. El principio que orienta ese énfasis es que una política punitiva severa en dichos centros incide para reducir la disponibilidad de drogas en los principales polos de demanda (al incrementar la destrucción e interdicción), para elevar el precio final de las drogas (al hacer más costoso todo el proceso productivo) y para evitar un aumento en la pureza de las drogas (al dificultar los mecanismos de transformación y exportación); todo lo cual conlleva a que los consumidores recurran menos a las drogas o se sientan disuadidos a no ingresar en ese mercado de bienes ilícitos caros, de escasa disponibilidad y de baja calidad en cuanto al producto.

Pues bien, toda esa lógica ha probado, una vez más, ser falaz si uno analiza la evidencia existente (proveniente del Departamento de Estado estadounidense y de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito) y lo hace sin preconceptos ideológicos. Un aspecto central a evaluar es la cuestión de la erradicación de cultivos ilícitos; una práctica rutinaria en América Latina. En 1990, cuando se producía el ocaso de la guerra fría, se erradicaron en la región 23.080 hectáreas de coca, amapola y marihuana; en 2001 -el año de los trágicos ataques terroristas en Estados Unidos- el total erradicado de esos cultivos ilícitos fue de 148.401 hectáreas y en 2009 ese total alcanzó a 209.460,8 hectáreas. Hay que remarcar que, ya sea por vía manual o por aspersión aérea, el uso de defoliantes ha sido la característica predominante de la destrucción de cultivos ilícitos. El área de cultivos destruida (unos 28.811 kilómetros cuadrados) en 20 años de erradicación forzada es el equivalente a aproximadamente cinco veces y media el Estado de Delaware en Estados Unidos u 11 veces Luxemburgo en Europa.

Cabe destacar, asimismo, que en términos de producción de cocaína, si bien Colombia muestra un descenso en el último bienio, tanto Bolivia como Perú muestran un crecimiento en dicho periodo. Entre esos tres países andinos se mantiene un área cultivada relativamente estable en los últimos años: en 2003 fue de 155.803 hectáreas y el 2009 fue de 160.809 hectáreas. A su vez, el total de cocaína producida en los Andes fue de 845 toneladas métricas en 1998 y osciló entre 842 y 1.111 toneladas métricas en 2009.

Por otro lado, mientas México pasó de producir ocho toneladas métricas de heroína en 2005 a tener una producción de esta de 38 toneladas métricas en 2008, Estados Unidos se convirtió en el principal productor de marihuana en 2006 y la superficie de plantaciones de cannabis creció significativamente en Afganistán en los últimos dos años, al punto de convertir a ese país -que ya es el más grande emporio global en materia de heroína- en el mayor productor mundial de cannabis.

Ahora bien, la disponibilidad de todo tipo de drogas no cambió en Estados Unidos. De hecho, hoy se consigue más variedad de drogas con mayor pureza que hace tres lustros. Más aún, en términos de precio, el gramo de cocaína en ese país pasó de costar 421 dólares en 1990 a valer 216 dólares en 2008.

En cuanto a América Latina, los resultados de la destrucción de cultivos han sido negativos y nocivos. Han sido negativos porque de ningún modo se ha afectado el poder de los traficantes ni se han mejorado las condiciones sociales, políticas y económicas en las áreas en que se aplica la erradicación. Han sido nocivos porque han creado un ciclo vicioso. Una conjunción particular de factores -apertura de bosques para establecer cultivos ilícitos, transformación de plantíos en sustancias psicoactivas, presión por erradicación forzada de plantaciones, uso de técnicas de aspersión área y manual con químicos, desarticulación de economía campesina de sustentación, persecución violenta de pobres rurales (campesinos e indígenas), ausencia de cultivos alternativos realizables en el mercado, presencia esporádica y generalmente represiva del Estado, traslado de plantíos ilícitos a otras zonas, y reinicio del ciclo- ha culminado en una situación perversa en la que, en cada paso y año tras año, se refuerzan los incentivos para continuar con las plantaciones ilícitas.

En breve, es el momento de impugnar con firmeza la “guerra contra las drogas” y concebir nuevas opciones realistas para superar la cuestión de los narcóticos. De lo contrario, el prohibicionismo seguirá adelante con su quimera equívoca de esperar que algún día se produzca en todo sitio y para siempre una sociedad libre de drogas.

Marx sostenía que la historia se repetía dos veces, la primera como tragedia; la segunda como farsa. En esta perpetua cruzada contra los narcóticos la historia resulta eternamente igual: es trágica.

Fuente: Juan Gabriel Tokatlian es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella, Argentina.

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